Cómo me convertí en mi propio banco en Uruguay: una alternativa para migrantes

Una historia de resiliencia financiera, disciplina y confianza en uno mismo…

La migración no solo implica dejar atrás un país, sino también aprender a vivir bajo nuevas reglas. Muchos cubanos que eligieron a Uruguay como puente para llegar a Estados Unidos aprovecharon los servicios financieros locales para solicitar préstamos. El problema fue que muchos no los devolvieron, y con ese precedente los bancos endurecieron sus requisitos para los extranjeros, en especial para los cubanos.

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Una realidad compleja para los migrantes

Hoy en día, la situación es todavía más dura: los bancos en Uruguay no otorgan ni tarjetas de crédito ni préstamos a los extranjeros que están con residencia en trámite. Esto representa un desafío enorme, porque muchos bienes tienen precios altos, difíciles de pagar de una sola vez.

A eso se suma un detalle cultural: en Cuba, las tarjetas de crédito prácticamente no existen para el trabajador común. El sistema financiero está centralizado en el Estado y las modalidades de tarjeta son muy limitadas. Por eso, para la mayoría de los cubanos, el acceso a servicios financieros privados es algo completamente nuevo, casi un despertar.

Para quienes llegaron con intenciones serias de hacer vida en Uruguay, esto significó una oportunidad de progreso. Pero para otros, fue visto como una manera rápida de defraudar a los bancos y financiar sus propósitos migratorios. El resultado: una herencia de desconfianza y maltrato que hoy sufren también los que buscan construir un futuro estable en este país.

Con el tiempo, pedir una tarjeta de crédito o acceder a un préstamo se volvió casi imposible: la desconfianza ya estaba instalada.

Mi experiencia: cuando el sistema te cierra las puertas

A pesar de que muchos emigrantes aprovecharon los beneficios financieros de Uruguay como un simple trampolín hacia otros destinos, yo elegí quedarme. Esa decisión me acompañaba desde antes de salir de mi tierra, como una certeza íntima. A comienzos del año 2020, sin sospechar aún lo que estaba por venir, empecé a dar forma a mi visión financiera. Descubrí cómo funcionaba la construcción de un historial crediticio y, aunque al principio solo contaba con una tarjeta PREX obtenida con mi pasaporte, ese pequeño inicio me sirvió para aprender a manejar mis finanzas con disciplina. Con el tiempo, al recibir mi cédula de identidad, logré acceder a los llamados “PREXTAMOS”, y así entré al registro del Banco Central del Uruguay, pues la empresa Econstar S.A., regulada como entidad de dinero electrónico, respondía ante ese organismo.

Durante un tiempo me sentí parte de un camino sólido, pero pronto esa senda se cerró. La misma empresa comenzó a negar préstamos a los extranjeros debido a los fraudes y a los impagos de quienes solo buscaban aprovecharse para continuar su viaje hacia Estados Unidos. De pronto, quedé fuera del sistema, aun teniendo cédula y figurando como residente en trámites. Era como si la puerta se hubiera cerrado en el preciso instante en que yo más demostraba estabilidad.

Cuando obtuve finalmente mi residencia legal, quise dar el siguiente paso. Me acerqué al banco Itaú con la convicción de que reunía todas las condiciones necesarias: trabajaba formalmente en una empresa reconocida, aportaba al BPS, tenía mi garantía de alquiler aprobada y mi historial estaba limpio. Pero nada de eso bastó. La experiencia fue amarga: sentí el frío de un trato que no miraba mi esfuerzo ni mi recorrido, sino únicamente mi condición de extranjero. Fue un golpe duro, un recordatorio de que mis pasos no pesaban lo suficiente en la balanza de quienes deciden a quién confiar.

Ese día comprendí algo esencial: las reglas del sistema financiero se aplicaban con la rigidez de un muro, sin mirar más allá de los números y sin reconocer la historia de quien los respalda. Entendí que no podía depender de un sistema que todavía me veía con desconfianza, y que mi camino en este país debía apoyarse en una fuerza distinta: la constancia de seguir construyendo, aun cuando los porteros del crédito decidieran cerrar sus puertas

La solución: ser mi propio banco

Decidí crear mis propias reglas. Tomé mi tarjeta prepago PREX, que me ofrece siempre buenos precios en el cambio en dólares y permite manejar ahorros de manera práctica.

Diseñé un sistema simple pero poderoso:

  • Guardaba el 10% de mis ingresos mensuales en la PREX.
  • Convertía ese dinero en dólares para protegerlo.
  • Si necesitaba un préstamo, me lo pedía a mí mismo desde esa cuenta, y lo devolvía con intereses.
  • Todo lo pagaba en una sola cuota, restableciendo el flujo al mes siguiente.

Este método exigía disciplina. Yo era al mismo tiempo usuario y acreedor, dos roles que podían confundirse si uno se relajaba. Pero con constancia funcionó.

Los resultados: independencia y credibilidad

Con el tiempo, la PREX registró mi flujo financiero y me ofreció nuevamente préstamos, aunque ya no los necesitaba. Otros bancos también empezaron a interesarse: OCA me propuso sus servicios y hoy manejo créditos con Scotiabank, donde incluso me alientan a aumentar el límite de mis tarjetas.

La ironía es que cuando aprendí a no depender de los bancos, ellos empezaron a buscarme.

Reflexión: confianza y disciplina

La confianza es como el progreso invisible: tarda en construirse, pero puede perderse en un instante. Lo que aprendí de esta experiencia es que, aunque el sistema cierre puertas, siempre podemos abrir otras con disciplina, creatividad y constancia.

Ser tu propio banco no es solo una estrategia financiera: es una filosofía de vida. Significa asumir la responsabilidad total de tu futuro y no dejar que las decisiones de otros definan tus posibilidades.

2 comentarios en “Cómo me convertí en mi propio banco en Uruguay: una alternativa para migrantes”

  1. Senier Martín García

    Yo seré mi propio banco también, a partir del lunes empezaré a implementar esta y otras buenas costumbres que estoy descubriendo en este sitio web. Esta página me está abriendo los ojos.

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